Diario
Me fui a dar una vuelta a el único parque
que hay en centro de Calama con dolor de cabeza y un poco molesto por la
ineficiencia de los trabajadores del correo, para pasar la amargura comiendo le
compré a una señora con un carrito de feria una jalea de frambuesa. Comencé a
comer sentado en una banca a lo lejos
veo que se acerca una gitana, me paré raudo para escapar porque veía que se
aproximaba a mí, soy blanco fácil siempre. Caminé un par de pasos rápidos pero
no alcancé a escurrirme.
—¡Joven!—gritó la gitana desde lejos en
ese instante pensé rápidamente en no seguirle el juego y le daría plata de
una.
—Sí, ¿en qué la puedo ayudar?
—¿Sabe dónde queda la calle Cobija?
—Está ahí a la vuelta— dije mientras le
apuntaba con la mano, igual yo cachaba que era mentira su pregunta ya que los
gitanos siempre están en ese sector.
—Gracias por ser usté tan bueno paisano, le
voy a leerle la mano y a darle esta hojita de ruda, no le voy a pedir na'.
—Ya bueno—dije preparado, sabiendo mi
destino.
—Usté paisano no parece ser de acá, no
parece ser chileno, es más bonito que los otros calameños y con esa barba
podría ser el gitano más bonito—me sentí Brad Pitt una centésima de segundo—. Venga, páseme su mano, muéstreme su mano.
Extendí el brazo me tomó la mano y me
llevó un par de metros hasta una banca de cemento bajo un árbol y nos sentamos.
—Esto no es necesario, yo le puedo dar
plata si es que lo necesita, no tengo problema— agregué amablemente.
—No tenga miedo paisano, no te haré na'
malo.
—Lo sé— dije seguro y entonces prosiguió.
Me tomó la mano suavemente, vio mi palma
derecha y dibujo una cruz imaginaria con un ramito de pequeñas hierbas sobre ella.
—La línea de la vida me dice que va a
tener una larga vida paisano…nunca le ha faltao la comida y un techo pa' dormir
y nunca le va a faltarle, pero a usté le tienen mala lo quieren ver sufrir—lo
mismo que siempre dicen pensé—. A usté cuatro personas le hicieron un mal, es
por eso que no tiene trabajo y la salú no está buena.
—Yap—dije aguantando la risa.
—A usté lo quieren ver mal de ahí abajo,
que no le funcione—y me apuntó el nepe con su índice casi rozándolo.
—¡No!— exageré y casi exploté de la risa
pero aguanté dignamente.
—Páseme un valor que usté tiene en su
bolsillo.
—¿Un valor? — ni idea qué es eso pensé.
—Un billete o moneda que tenga en su
bolsillo, el de más valor—ahí caché todo.
Entonces analicé a la mujer con rápido
detalle a través de mi gafas oscuras: ropa sucia pero colorida, cuerpo en
extremo delgado que se veía cansado por los años, unos 50 años, las arrugas
marcadas circundando sus ojos café claros y alegres, el sucio cabello castaño
del cual se asomaban algunas canas,
manchas blancas en su rostro, con una sonrisa amable en una boca con
labios secos con dientes superiores amarillos, sucios y chuecos, y con dientes
inferiores negros como el carbón ya casi al borde de la encía.
No lo pensé dos veces y saqué de mi
bolsillo mi mayor valor, un billete de mil pesos, una luca miserable.
Me arrancó un cabello advirtiendo que
podría ser doloroso, dócilmente accedí con un ademán, me pidió un papel y le
pasé una servilleta que venía con la jalea que me había comprado minutos antes.
Envolvió mi cabello junto a la hoja de ruda y el billete en la servilleta. Me
pidió que lo soplara sobre la mezcla de cosas y que pidiera un deseo, aunque
soy escéptico lo hice, y deseé algo en mi pensamiento. Ella sin soltar los
objetos continuó hablando.
—No le voy a preguntar su deseo, pero que
bueno que pidió algo que no es pa' usted relacionado con el amor—corrió el
viento como cuando se aparece la Rosa de Guadalupe y sentí mariposas en el
estomago porque me pillo un poco con sus dichos aunque yo no creo en na' igual
se me ocurrió desearle el bien a alguien más ¿Cómo lo supo?
—Ya pedí mi deseo—me tengo que ir.
—No se vaya, páseme su billetera, ábrela pa'
echarle esta bendición.
—No, no lo haré.
Insistió varias veces y ante mi negativa
pidió refuerzos en romaní, como yo no cacho el idioma imaginé que estaba
gritando algo como "Ayuda que esté
es porfiao".
Se acercó otra gitana muy delgada y desgreñada
de mediana edad con un vestido rosado fluorescentes y dijo:
—A usté le quieren hacerle daño ahí
abajo—y apuntó hacia mi pirulín también.
—Bueno, pero no abriré mi billetera.
—Es malo negar la bendición de una gitana,
le va a ir mal con su suerte.
—No creo en la suerte—dije desafiante.
Entonces se alejó haciendo musarañas y me
reí nerviosamente pero con discreción.
—No le voy a hacerle na', páseme su
billetera, es buena suerte pa' usté y una bendición de la Santa Sara, va a
estar bendito—prosiguió con el discurso la gitana vieja.
—No.
—No quiero su plata, cuando a usté le vaya
bien ahí me paga, no niegue la bendición de Santa Sara, cachetá en la cara y
patá en el poto pa' usté.
En mi interior estaba casi llorando de
risa por tal rima pero por fuera me mostraba firme y serio. La mujer siguió
insistiendo. Y apareció otra gitana con vestido azul muy ordenada y arreglada,
embarazada, se veía casi adolescente.
—Sí usté no abre la billetera le va ir
mal, no puede dejar a una gitana sin terminar este ritual, es falta de respeto—
amenazó.
—No lo haré.
—No confía en mí, no confía en nosotras.
—No porque no las conozco.
—Está bien, razón tiene en no confiar—me
abrió la mano y sobre la palma me pone un billete de diez mil pesos doblado me
hace empuñarlo y añadió—: Yo sí confió, por eso le paso esto, no le
haré nada, sólo queremos terminar nuestro trabajo.
—¡Ajá! Yo sé lo qué ustedes hacen, no es
necesario seguir, conozco sus trucos, yo les regalo mi plata ahora de corazón
para que estén bien.
—No queremos tu plata, yo le pasé la mía
para que confiara, queremos que le vaya bien—abrí la mano, retiró el billete, y
se alejó alegando.
Volvimos a quedar solos la gitana vieja y
yo, sus actos ya me estaban hartando, sólo quería darle mis mil pesos e irme.
—Se lo juro por los hijos que llevo en mi
frente y los que ya parí que sólo quiero ayudarlo—intenté entender la metáfora
de esas palabras sin éxito.
—No tengo por qué confiar en usted, no la
conozco.
—Esta bien paisano—sacó una pequeña
botella con un liquido amarillo, rocío un poco del contenido en la mano en la
que ella sostenía la servilleta que contenía mi dinero y el cabello.
—¿Y eso?
—Es pichí del cementerio.
—Ya…¿y?
—Esto ahora está maldito, ahora está
maldito chileno.
—Ay ya le dije que esto no es necesario,
no pierda el tiempo conmigo, ya le dije que no creo en nada, tome mi dinero, se
lo regalo.
—Que no quiero su plata, es falta de
respeto no querer la bendición de una gitana y ahora está maldito— sacó el billete de la servilleta y me lo devolvió—. Ya váyanse paisano.
—No, tome, le doy mi plata.
—Que no quiero na'.
—Tómela se la doy de corazón a usted le
va a servir, si tuviera más plata también se la daría para ayudarla, pero sólo
tengo esto y unas monedas para irme a casa— entonces lo aceptó.
—A nosotros nos discriminan por como nos
vemos, por usar esta falda y por nuestra raza—me dijo con pena en sus ojos—. De
verdad no quiero su plata regalá, pero a
nosotras no nos dan trabajo.
—No se preocupe, sé que este es su
trabajo—me pasó la servilleta que envolvía mi cabello y la pequeña hojita de
ruda con amabilidad.
—No hay que ser gitana, ni saber leer la
mano para saber que a usté le tienen envidia, sí disculpe la palabra pero es
envidia, porque usté es joven y bonito, y además bueno.
—Gracias—agregué sonrojado.
—Usté es joven y bonito y tiene bonitos
dientes, cuídese—esas palabras me removieron el corazón ya que me di cuenta que
ella ya no tenía dentadura.
—Que le vaya muy bien, le deseo lo mejor,
chao—me puse de pie, metí el papel en mi bolsillo trasero y partí.
—¡Que la Santa Sara lo proteja!— oí a lo
lejos.
...Y no, no me asusté con las amenazas a mi pirula.
F.
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